La edición independiente: de la rebeldía a la revolución
Farah Hallal
Una anécdota.
Cuando empecé a trabajar en Ediciones SM me sentí muy feliz porque por
primera vez en mi vida me tocaba trabajar en exclusiva con algo que me
gusta tanto: los libros. Pero empecé a dudar un día, todavía recién
llegada, al escuchar a la directora comercial, una mujer que estuvo
trabajando por más de diez años en Santillana. Ella aseguraba que
prefería vender clavos que vender libros. No me tomó mucho tiempo darme
cuenta de lo complejo, y muchas veces frustrante, que era “el negocio”.
Yo venía del mundo publicitario, en el cual, muchas veces lograbas cosas
asombrosas con sólo pautar un anuncio de televisión o colgar algunos
afiches.
I
Puede que sea muy impetuoso dar inicio a mi
intervención ventilando una pregunta que no para de dar vueltas en mi
cabeza ¿qué nos mantiene atados al oficio de la obstinación? Editar de
forma independiente puede llegar a tener más de una definición: nadar
contracorriente, atacar por la espalda las finanzas personales, tocar la
puerta de los amigos (una y otra vez), maldecir la crisis económica,
soñar despiertos en la fila del cajero, hacer pulso con la realidad de
los altos costos del proceso y la lenta salida que tiene lo que
ofrecemos al mercado.
¿Por qué hacemos lo que hacemos en vez
de dejar el oficio y dedicarnos a vender clavos? ¿Lo hacemos como un
acto de rebeldía? ¿Estamos en un momento de resistencia que mejorará con
el tiempo? ¿Habría algún modo de revolucionar la manera de ejercer el
oficio que mueve nuestra pasión?
A mi juicio, catalogar la
edición independiente como un acto de resistencia o rebeldía no es algo
ni nuevo ni local. Desde que Gutenberg cambió la forma tradicional de
reproducción con la que se ganaba la vida, nuestro oficio se mantiene en
resistencia. Y aunque el procedimiento para fijar y conservar el
mensaje ha variado a lo largo de la historia, nuestro único desafío no
ha sido el formato que tanta inquietud causa actualmente con el tema del
e-book. Antes ya tuvimos retos más complejos, por ejemplo, la censura
por razones religiosas y políticas que a los interventores del proceso
les podía costar la vida. Quiere decir que antes del e-book, usamos
piedras, huesos, conchas, papiros, pergaminos y papel.
Con el
tiempo también los tipógrafos se hicieron imprescindibles hasta que un
día –sin más ni para qué- fueron innecesarios. Con la huelga del 8 de
diciembre de 1962, promovida por la Unión Tipográfica Internacional que
se oponía a la introducción de las tecnologías electrónicas, Nueva York
estuvo cien días sin periódicos con pérdidas superiores a los 108
millones de dólares. Y sólo en 1983 más de 13,000 tipógrafos en Londres
perdieron sus puestos de trabajo.1
¿Cuáles son los grandes
desafíos que tenemos quienes soñamos con mantenernos en un oficio que,
de ser tradicionalmente reconocido como ‘especializado’, ahora parece
que corre el riesgo de caer en lo obsoleto? Con los programas de diseño,
que permiten que el autor diagrame el libro en tres pasos y lo
mercadee, venda y distribuya de forma digital, no sólo corre el riesgo
de desaparecer la figura del diseñador y diagramador, también del editor
y el librero tradicional.
Y del tema de la distribución y los
canales de venta no hablemos: algunos países están interviniendo
económicamente tratando de contener el cierre de las librerías
tradicionales.2 Pero francamente hablando, ¿eso hasta cuándo sería
sostenible?
¿Cuáles son las características que un espíritu
revolucionario aportaría a nuestro trabajo? ¿Cómo aplicamos el concepto
de la revolución a un oficio como la edición, que se mantiene en
resistencia pero al parecer está en la antesala, si no de la muerte, por
lo menos de la agonía?
Es posible que esta situación que pinta
un triste final la estemos viendo como un problema cuando realmente es
una oportunidad para posicionarnos como expertos en lo que sabemos
hacer. La clave no creo que sea solo disponernos para formar parte de
este proceso de cambio. Me voy más allá: creo que los editores y los
editores independientes deberíamos liderar este proceso de cambio.
A modo de describir un poco la realidad en mi país, comento que el
editor independiente no se ve como un pequeño emprendedor que dinamiza
la economía. Y este desconocimiento de su propio lugar en la dinámica
económica puede ser clave en el mantenimiento de un proceso de
producción que no es auto sostenible. El editor independiente que no es
consciente de que debe dar a su oficio una estructura para normar el
funcionamiento o que debe tomarse el tiempo de sentarse a diseñar un
plan de trabajo está condenado, por la improvisación, a llegar más tarde
a su destino. Si es que tiene claro su destino.
(Andar a tus aires puede ser muy poético, muy artístico, pero desgasta y contribuye a no alcanzar un propósito).
Y aunque parezca inocente, es éste el primer llamado que hago para
revolucionar nuestro oficio: que nos detengamos a revisar lo que hacemos
y nuestras motivaciones para que tengamos claro cuál es nuestra
finalidad. Y me explico: no es lo mismo editar libros para venderlos,
que editar un determinado tipo de libro que sirva como herramienta o
instrumento para alcanzar una finalidad superior. Detrás de esta
finalidad superior deberíamos andar cada día. Probablemente el tener
claro esta gran finalidad y las estrategias mediante las cuales
alcanzaremos este propósito, nos dejará claro innumerables tipos de
acciones cuyos ejes transversales nos ayudarán con menor esfuerzo a
conseguir más y en menos tiempo.
Y es que la edición
independiente puede verse de muchas maneras. Como un negocito familiar,
como una pasión tipo hobbie, como una fuerza capaz de lograr grandes
propósitos y como lo hice yo al principio: como un acto de rebeldía.
Casi como una protesta social.
Un día sentimos la necesidad de
hacer justicia por nuestra propia mano y acabamos rebelándonos todos
contra un gran sistema comercial. Un sistema que nos dicta quién tiene
derecho a publicar qué contenido; que decide a qué se le da resonancia
en la prensa y, por supuesto, influye en qué es creíble y qué no.
Entendemos que quien tiene poder mediático incide en el pensamiento, las
creencias, las ideas, los valores y la opinión de las personas. Contra
eso nos levantamos nosotros una y otra vez y deberíamos estar
conscientes de eso.
En el caso de las editoriales
independientes, como en todo medio que quiere ser verdaderamente
autónomo, se le hace difícil sobrevivir. Los periódicos y las
televisoras se sostienen gracias a los anunciantes, que a su vez
responden a intereses particulares. A los libros de espíritu
independiente… ¿Quién los patrocina? ¿Cómo se sostienen? ¿Quién los
compra? ¿Quién los vende? Porque además los editores independientes
generalmente –como decimos en mi país inspirados en el beisbol- jugamos
en todas las bases. Somos editores, correctores, comerciantes, gestores
culturales, maestros de ceremonia, choferes, impresores, encargados de
relaciones públicas… entre otros muchos oficios útiles al momento de
echar a andar una publicación.
Para dejar de funcionar como
espíritu en resistencia y empezar a plantearnos cambios de fondo, me
parece esencial que profundicemos, tomando en cuenta la naturaleza de
nuestro oficio y la razón de ser de nuestro sello, sobre cuál es el
papel que estamos jugando vs cuál es el papel que nos corresponde jugar,
no vayamos a estar repitiendo en menor escala lo que las grandes
editoriales hacen a gran escala (eso está muy visto en mi país). Mi
propuesta es que empecemos analizando si nuestro deseo último es acabar convertidas
en grandes editoriales; aspirando no sólo a su poder económico y
político, sino a participar de la dinámica comercial apropiándonos de
sus valores y creencias.
Investigando qué piensan las grandes
editoriales españolas, me encontré con una gran sorpresa. La de ver que
las editoriales con respaldo económico hoy se hacen las preguntas que
los editores independientes nos hicimos siempre. 3 Ahora ellos están
interesados en:
1. Conocer a los lectores y sus preferencias:
detenerse en la investigación y segmentación del público objetivo. Esto
confronta su tan conocida cultura de publicar libros de famosos para
invertir menos en posicionarles.
2. Recuperar el lector, es
decir no conformarse con vender. Esto sugiere relaciones a largo plazo y
el implemento de actividades fuera de los puntos de venta. Actividades
dirigidas menos a los consumidores y más a las personas.
3. Publicar menos novedades y hacer un trabajo de más profundidad.
4. Detectar buenos libros incluso cuando sus autores son desconocidos.
5. Abrirse a géneros o temáticas distintas.
6. Salir a buscar a los autores de libros interesantes entendiendo que no todos se acercan a la editorial.
7. Hacer sostenible el sector (no solo la editorial que diriges).
8. Proteger y dar vida a los canales de venta tradicionales: las librerías. Identificar nuevos canales de venta.
9. Mantener la promoción innovadora y difuminar la frontera de nuestro trabajo.
10. Perseguir un ideal superior y posicionarnos como editores confiables no solo para el consumidor también para los autores.
Muchas de estas prácticas el editor independiente ya las ha intentado,
que conste que sin contar con respaldo económico y, en consecuencia, sin
recursos humanos. Entonces si ya probamos eso ¿Cómo podríamos nosotros
mejorar nuestro quehacer? Creo que para lograr una práctica
revolucionaria en nuestro oficio no hay una fórmula puesto que cada
editorial tendrá su razón de ser y su proceso de cambio será único y
acorde a su finalidad. Y aunque nuestra motivación no sea comercial, nos
interesa que nuestros libros sean producidos, distribuidos, comprados y
leídos.
Y no hay fórmula porque lo que le vale a un sello
especializado en editar literatura infantil inspirada en niños con
discapacidad o capacidades especiales, no es lo que le será
revolucionario a una editorial cuyo propósito sea dar a conocer
literatura en lenguas a punto de desaparecer. Ni siquiera es un asunto
de qué hacer, sino de cómo hacerlo. Y creo que lo que más cuesta
es disponerse a enfocarse en un tipo de literatura o libro porque
nuestra idea de libertad está muy asociada a “hacer lo que me venga en
gana y publicar lo que quiera”. A cada uno de nosotros nos tocará
definir el enfoque de nuestras prácticas.
En tal sentido, un editor independiente con espíritu revolucionario debería:
1. Estar preparado para promover el cambio
2. Estar comprometido con el cambio
3. Estar abierto a nuevas ideas
4. Estar consciente del cambio
5. Liderar este proceso de cambio
Pues definitivamente hay muchas maneras de lograr lo mismo. Y teniendo
al margen el qué haría cada uno de nosotros, he llegado a la conclusión
de que el futuro del editor independiente podría ser la conformación de
comunidades editoriales y culturales colaborativas.
Cuando
pienso en un editor independiente mi cerebro recrea a alguien trabajando
solo. Y lo último que una persona revolucionaria haría sería trabajar
sola. Y no estoy hablando de alianzas estratégicas puntuales. Estoy
hablando de la conformación de fuertes comunidades colaborativas con
otros editores independientes de manera que se sumen fortalezas y se
disminuyan las debilidades. Porque si tú eres bueno editando y yo
elaborando planes de comunicación, las probabilidades de tener aciertos
crecen. Si tú distribuyes en cinco provincias y yo en las otras cinco,
los libros de ambos sellos, pues los costos operativos bajan y la
distribución es más efectiva.
Mi sugerencia es pasar de la
asociación puntual a la alianza estratégica identificando bajos costes
de producción, aprovechando la transferencia de capacidades de doble
vía, identificando y buscando soluciones a problemas comunes, sirviendo
como sedes que favorezcan la distribución en otras latitudes sin
necesidad de mayores gastos operativos; que espacios como Edita además
de servir para socializar ideas, sirvan para hacer funcionar mesas de
trabajo con planes comunes colaborativos donde se aproveche la
experiencia de sus miembros y se fortalezcan las debilidades de unas con
el resultado de las experiencias de otras, que se impulse la
integración en nuevos mercados estos sellos editoriales que se les haría
muy cuesta arriba introducirse de otro modo por los altos costos que
supone la investigación, los billetes aéreos, entre otros.
Revolucionar la forma en la que venimos trabajando puede ser la clave. Y
esto amerita un espacio aparte para profundizar en la composición
particular que tendría esta comunidad colaborativa que serían tan
diversa como diversa sea la finalidad de cada una. ¿Te imaginas que en
vez de que tres editoriales literalmente se maten por un mismo blanco de
público, estas tres editoriales independientes identifiquen su
finalidad última, en base a eso determine cada una su segmento de
mercado, diseñen su plan de trabajo y se ayuden a alcanzar estas metas?
En mi país empezamos con la comunidad colaborativa Y también soy
palabra. Artistas de diferentes disciplinas nos estamos apoyando para
alcanzar metas comunes que trascienden a nuestros intereses
particulares. Todavía es muy temprano para hablar de metodología y
resultados pero lo cierto es que ha sido una experiencia interesante
que nos hace ver que esta distribución del trabajo, incluyendo a la
misma comunidad como un actor importante, nos ayuda a alcanzar
aspiraciones más nobles.
Creo que el futuro de las editoriales
independientes, como el del ser humano, es la unidad. Ya en Chile y
otros países hay algunos ejemplos de editoriales que han dejado de
gastar energías para pelearse por el mismo segmento de mercado, y en vez
de eso unen sus fortalezas y recursos para alcanzar metas comunes a
largo plazo. No tendríamos la libertad de actuar con la rebeldía y el
desenfado instantáneo que muchos de nosotros gozamos y celebramos, pero
podríamos, con cierto orden y estructura, conseguir ideales superiores.
Sería cosa de preguntarnos si estamos realmente abiertos al cambio de
paradigmas o si ser independiente es lo mismo que andar solo.
Muchas gracias
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